lunes, 13 de diciembre de 2010

MARÍA ELENA Y EL FINAL DE LA ROSA GRIS (por Miguel Aranda)

“Hay mujeres como palabras… maravillosas, desgarradoras e inoportunas. Hay mujeres como palabras”

La conocí un día de setiembre en el que mi invierno azotaba peor que en Oslo. La conocí de frente sin artilugios ni accesorios, remendando el pasado a fuerza de palabras y jugando a ser la desconocida que ya era; en una época en la que ser Billy Joel era mi gran sueño y despertar de mi realidad mi gran pesadilla. Fue primer día de una rutina, en la que las palabras sobraron más que las miradas. Tal vez no las hubo o solo yo no mire. Porque debo de reconocer que escape a cada golpe de vista suyo, como niño huyendo del castigo. Confieso que mirarla era un placer de tamañas dimensiones, pero esos ojos casi castigadores, de almas que andaban en proceso de resurrección, me obligaban a esconder la mirada en las líneas de las veredas y en los verdes de un parque.
Ese día llego a su fin con el desprecio que ofrece un buen recuerdo y la nostalgia de un labio ausente. No pensé, ni en mis sueños más perversos, que ese día sería la tragicómica primera bocanada de mis nuevos desvelos. Caminé tanto sintiendo tanta nada que cuando el tiempo y la magia hicieron lo suyo, fue como recibir un perdigón en plena sien, a menos de 10 centímetros. No sé desde que momento debo empezar a relatar la historia libidinal que nunca fue, porque ni yo mismo tengo aun claras las fechas y las horas exactas de esta desgracia. Solo se que la conclusión universal fue que estaba en algún lugar sin ella y buscándola. Fue la primera búsqueda del nuevo horizonte vertical.

Alguna vez le escribí en un torpe mensaje de texto, “mis insomnios son extensos documentales sobre ti… mientras te veo dormir”. Ese empezó a ser la absurda realidad que la vida ahora me regalaba, no se si con animo de aleccionarme o si con animo de castigarme. El sentimiento es una estúpida dramatización de una necesidad, es un hacer y deshacer sin sentido. “Un constante tejer y destejer de vagas sombras… sin más sentido que la belleza”. El problema es que tanta azúcar te puede matar si es que no liberas algo en algún ejercicio, y el ejercicio que exige este estado lúdico del alma es expresar o “cantar” (como quieran llamarlo) lo que siente.

Se habló sobre el tema en la forma en la que nunca se debe hablar (siempre me ha gustado irme por los imposibles), y la respuesta (a un pregunta inexistente) fue una enorme distancia. La distancia de un puente forjado con sentimientos de amistad. Es mejor el desprecio que la indiferencia, es mejor oír un “te odio” a un “solo amigos”. Fue el desenlace obvio de este cuento corto, casi gore, en el que si bien nunca me desangré fue porque ya no tenia sangre.

La emoción y el sentimiento fueron tan inoportunos como las mágicas circunstancias. Porque ella revivió un cadáver sin saberlo y ahora lo quiere enterrar para ahorrarse problemas. El problema es que no hay nada que reprochar. Ahora y a estas alturas del post y de la nostalgia, espero una respuesta que se de antemano que nunca llegará, porque decidimos tácitamente desterrarnos en la bruma del silencio. Decidimos compartir un exilio en mundos paralelos, de esos que nunca se tocan. Murió la Rosa Gris con su mirada dulce y sus labios de cristal… nunca llegándose a conocer la Calle del Amor.

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